El agua y el cielo

Mireia Belmonte no está sola en el agua y el cielo. La acompaña Melani Costa, plata en los 400 libre. Esa compañía es hoy una posición de escolta que aspira, mañana, a convertirse en una jerarquía gemela y quién sabe si un escalón superior. Las dos platas olímpicas de Mireia establecen aún una diferencia con el mismo metal mundialista de Melani, teniendo en cuenta, además, que un Mundial tras unos Juegos Olímpicos es un Campeonato siempre imponente. Pero con las grandes figuras en plan recorte de programa y rebaja de exigencias.

Melani viene lanzada a los 24 años, una edad, por otra parte, un tanto elevada para convertir a su titular en una estrella precoz y una revelación súbita. Ya ha sido olímpica dos veces y participado en tres Mundiales. Pero, en los últimos ocho meses, ha hecho grandes cosas. Ganó el Mundial en piscina corta (un indicativo, una referencia) y ahora ha sido subcampeona en este su tercer Mundial. Lo que cuenta es que su progresión tiene el aire de un estallido más que de una evolución.

En su caso, como en el de Mireia, las aspiraciones se detienen en la plata y quizás nunca pasen de ahí. Siempre hablamos de medallas, como si todas respondieran a una misma categoría. Pero las de oro poseen un valor intrínsecamente superior. No sólo por el color, sino porque, a menudo, separan a los nadadores, a los deportistas magníficos de los excelsos.

Miramos la marca de Melani (4:02.47) y nos maravilla. Coloca a su autora entre las 10 mejores especialistas de todos los tiempos. Pero vemos la de la ganadora, Katie Ledecky (3:59.82) y nos apabulla. La estadounidense, además, tiene 16 años y ya, en 2012, en los Juegos, fue campeona olímpica con 15 en una prueba, los 800 libre, reservada en principio a nadadoras físicamente cuajadas.

No ha habido ningún récord del mundo en esta primera jornada, aunque no faltaron amagos, como el de la propia Ledecky, que terminó 67 centésimas por encima de la plusmarca de Federica Pellegrini y se convirtió en la segunda mujer de la historia en bajar de los cuatro minutos. En la misma prueba masculina, tampoco se quedó lejos Yang Sun (3:41.59 por los 3:40.07 de Paul Bidermann). Del chino, que pareció nadar sujetando las bridas, podemos esperar más cosas.

Cabe preguntarse entonces si veremos algún récord en las siguientes jornadas. Los récords forman parte de la rutina dorada de las grandes citas. Pero hay rutinas admisibles y rutinas intolerables. Tras la orgía desmedida y artificial de los bañadores plásticos, con 43 nuevos topes sólo en el Mundial de Roma´09, las aguas volvieron a su cauce.

Contradiciendo los justificados augurios de retroceso generalizado de las marcas, los récords, aunque batidos con cuentagotas, no detuvieron su marcha. Lochte (200 estilos) y Yang (1.500) volvieron a darles cuerda en el Mundial de Shanghai, en 2011. Había vida después del poliuretano. Sin derroches artificiosos ni alardes multitudinarios. Vida proporcionada y creíble.

El chino se mejoró a sí mismo en Londres, donde hubo dos récords más, ambos en braza. Las chicas no reaccionaron en Shanghai, pero establecieron en Londres seis nuevos topes. Barcelona supone la posibilidad de seguir profundizando en el progreso de la natación, cuyos límites cronométricos, superada ya la enloquecida época de las resinas sintéticas, están aún por fijar y discutir.